lunes, 22 de septiembre de 2014

BOTÍN Y ÁLVAREZ CB




Hasta hace cuatro días, estaban en lo que llamaban “Purgatorio” más sosos que un pingüino bailando claqué. Todo era pura rutina. Cinco días a la semana de trabajo para redimir pena y poder dar el salto al ansiado “Paraíso”, dos festivos sin salir de casa, reviviendo en un plasma comunitario todas las peripecias del pasado, en un programa cuasi-celestial llamado “Sálvate” –esto también reducía castigo y acercaba al Supremo-, no era mucho pero por lo menos descansaban unas horas; y muy poquito más era lo que los “purgados” vivían semana tras semana. Sosería al cubo.

Todo cambió de la noche a la mañana. Fue inimaginable. La llegada desde el país de las raíces vigorosas de dos nuevos inquilinos revolucionó el rutinario Purgatorio. Emilio Botín e Isidoro Álvarez llegaron a la tierra de transición con una mano delante y otra detrás. En un principio, estos magnates de Españistán, pensaban que había algún error y que ellos debían estar en el cielo junto a la gente buena. No fue así, pues al parecer unas cosillas de poca importancia habían enturbiado su magnífico currículo. El cabreo inicial de Isidoro y de Emilio se trasformó en un santiamén en oportunidad de riqueza en un  territorio virgen de emprendedores, iniciando una comunidad de bienes más que rentable.

Para empezar a montar todos los negocios, necesitaban del visto bueno del arcángel jefe purgador y pagar los cánones correspondientes. ¡Lo mucho que habían dejado abajo y los vacíos que tenían ahora los bolsillos! Pero los obstáculos fueron eliminados. No se sabe cómo pero Emilio mandó un mensajito a Suiza y a las Islas Caimán y, en cuestión de milisegundos a través de un agujero negro, por medio de una gaviota de alta velocidad, llegó la calderilla necesaria para comenzar con el emprendimiento. El arcángel jefe untado hizo una transacción redonda, dio todos los permisos y el ascenso deseado estaba mucho más cerca.

Emilio se dedicó a montar unas oficinas de crédito (“Santabien”), e Isidoro, gracias a la generosidad de Botín, levantó otra cadena de grandes almacenes llamada “La Cisura Escocesa”. Los habitantes del Purgatorio empezaron a pedir créditos y a firmar preferentes con el fin de tener remanente y poder consumir en las tiendas de Isidoro, aunque esto les supusiera alargar su tiempo de redención. El Sr. Álvarez pudo contratar a muchos “purgatoreños” para que trabajaran con él los sábados y los domingos, por unos pocos chelines y un platejo de atascaburras, con lo que el negocio del consumo por el consumo crecía como la espuma. Se obligaba a los trabajadores a usar bolsos transparentes mientras el negocio de La Cisura Escocesa se oscurecía cada vez más.

Los dos hombres de bien empezaron a forrarse. El banquero se frotaba las manos, el capital aumentaba y aumentaba al mismo ritmo que sus intereses de usura, pues aquí no existía el Banco de Españistán, ni nada parecido al BCE que pudieran poner coto a tanto lucro. Mientras, Isidoro rebajaba el escaso salario de sus pluriempleados a cuatro céntimos y una ensalada verde sin que nadie le rechistara. Aquí no había sindicatos que le montaran huelgas, ni nada parecido. El consumo a tope y el neocapitalismo habían repoblado el Purgatorio gracias a estos chicos buenos. El arcángel jefe fue destinado al cielo y lo sustituyó otro hombre alado que se parecía muchísimo a un tal Luis “el cabrón”, que venía al Purgatorio para hacer carrera.

La alegría de Emilio y de Isidoro era inmensa. Pero en una de sus carcajadas de especulación, despertaron. Todo era un mal sueño. De repente Botín y Álvarez estaban en una larga cola que llevaba a un lugar con un cartel rumiento. Iban a recibir su merecido. Se disponían a entrar en el Infierno, custodiado en la puerta por un antepasado lejano de Cospedal. Los dos se miraron y tras una pausa pactaron hacer un triunvirato con Satanás. Descansen en paz y que no vuelvan jamás.





*El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez


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