lunes, 16 de diciembre de 2013

ENGAÑABOBOS

*Colectivo Puente Madera

Por mucho que se empeñe la historiografía oficial, los antiguos reinos no eran otra cosa que las fincas particulares de las distintas dinastías. Para mantener o acrecentar el patrimonio familiar, los reyes no dudaban en expoliar a su pueblo mediante tributos que no pagaba la nobleza y en enviar a sus súbditos a las infinitas guerras que hicieron de Europa un auténtico matadero. La historia de la monarquía es la historia de los inmensos sufrimientos causados, tantos que los aduladores de la Corte tuvieron que inventarse el cuento de que era Dios quien elegía directamente a sus majestades, de modo que rebelarse contra el poder equivalía a rebelarse contra el cielo y adquirir billete directo hacia el infierno. ¿Y quién se arriesga a tirarse toda la eternidad abrasándose en un caldero por evitar unos cuantos añitos de padecimiento?

                La engañifa funcionó, con más o menos fortuna, durante siglos, pero a finales del  XVIII los franceses le segaron el cuello a Luis XVI (y, de paso, a unos cuantos miles de nobles) y se dieron cuenta de que la tierra no temblaba bajo sus pies. Así empezó una nueva época que no tardó en generar relatos propios para camuflar una estructura social basada en el monopolio oligárquico del poder y en la explotación del hombre por el hombre. En este caso, la maniobra de despiste consistió en desviar la atención de los supuestos ciudadanos hacia un concepto abstracto nuevo denominado patria o nación. Todos sentimos un cierto afecto por la tierra en la que nacimos y yacen nuestros antepasados, y todos nos reconocemos en un legado cultural que nos permite comunicarnos con nuestros paisanos y nos identifica ante el resto del mundo, pero los políticos del siglo XIX no se conformaron con proponer un juego de sentimientos más o menos ambiguos, sino que elevaron el concepto de nación al grado de dogma religioso. Plantearon el hecho nacional como algo preexistente, inmutable, sagrado e indiscutible, lo mismo que el Dios con que en tiempos anteriores se justificaron las peores atrocidades. Curiosamente, los mismos gobernantes a los que se les llenaba la boca de soberanía nacional monopolizaron el poder mediante el fraude electoral y el turno de partidos, y saquearon el patrimonio público mediante las desamortizaciones para enriquecerse ellos y las oligarquías a las que pertenecían, dejando la patria hecha un guiñapo. Mientras tanto, muchos obreros, alienados por la propaganda del régimen, seguían pensando que sus enemigos potenciales eran los obreros de otros países, y miles de ellos, millones de ellos, murieron en las sucesivas carnicerías organizadas por los estados durante el siglo XX.

                Y con esos antecedentes llegamos a nuestros días. A todas horas y en todos los medios, contemplamos cómo los nacionalismos patrios, en este caso el nacionalismo unionista español y el nacionalismo independentista catalán, se embisten como dos carneros. Una vez, y otra, y otra… El espectáculo no es casual, ni gratuito. Mientras nuestros gobernantes y sus camarillas mediáticas encienden con sus discursos las peores pasiones, los ciudadanos  se olvidan por un tiempo de que se están desmantelando los servicios públicos y se están degradando hasta extremos hasta hace poco insospechados las instituciones democráticas que encarnan la soberanía nacional. Desde luego, no seremos nosotros quienes neguemos a nadie el derecho de opinar y decidir acerca de su futuro, pero conviene recordar que todos los nacionalismos son unos engañabobos. La patria del trabajador es la justicia, y sus compatriotas, los trabajadores del resto del mundo.


@CPuenteMaderaAB




* El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez.


Artículo publicado en la sección de opinión de tualbacete.com

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