*Colectivo Puente Madera
Artículo publicado en el diario "La Verdad" (Edición de Albacete). 28-09-2012
El
Partido Popular lo ha tenido siempre claro: la calle es de ellos. En su día fue
de su ministro franquista, y hoy, envalentonados por los dos mil trescientos
españoles que les han votado, han decidido colectivizarla un poco más entre sus
amiguetes, empresarios y fuerzas enviadas para la represión. De ellos
y punto.
Si
por ellos fuera, los españoles y las españolas saldrían de sus casa al trabajo
(quien dice al trabajo dice a las colas del paro) todos ordenaditos, caminando
en fila por la derecha de las aceras (¡siempre por la derecha!), con trajes
azules bien planchaditos, cruzados con botones dorados. Y gomina, litros de
gomina. ¡Cuánta felicidad tendrían!
Les
molesta que, y más desde que dos mil trescientos españoles los votaran, los
jóvenes cuestionen la democracia que practican. Les molesta que un pequeño
empresario acuda a protestar, harto de estar frito porque finalmente le acaban
afectando ¡y cómo! los duros recortes. No soportan a la funcionaria que sale a
la calle porque han hecho recaer sobre sus espaldas todo el descarado
despilfarro de los grandes capitales y la banca, a los que ahora encima les
tenemos que volver a recapitalizar. Les salen sarpullidos cuando una pareja de ancianos pasean protestando por lo que están
haciendo con sus vidas y las de sus nietos y nietas. No lo soportan. Y la
medicina a emplear la conocen bien, que de casta le viene al galgo. Es seguir
la estela de su franquista fundador: la calle es de ellos y no van a dejar que
ahora nadie la vaya a utilizar para cuestionarles sus políticas. ¿Qué cabe
esperar de sus cabezas? ¿A qué podemos aspirar de una gente que sigue tomando
medidas contra los inocentes, perdona a los grandes ladrones fiscales negándose
a informar sobre el asunto y al tiempo, esos sí, es incapaz de tomar ni una sola
medida con los más de dos millones de niños que están viviendo en nuestro país por
debajo del umbral de la pobreza? Pues eso, cabe esperar la brutalidad, el palo,
el golpe, la agresión física… los energúmenos se creen los dueños de las calles
y nos lo van a recordar cada vez que puedan.
Antes
de cada concentración, en Albacete, Logroño o Madrid, registros,
identificaciones y amedrentamientos. En las concentraciones, las estrategias se
les dejan a la vieja guardia, que saben del asunto. Se golpea a inocentes,
gentes significadamente inocentes para provocar y caldear ánimos, luego ya, en
el tumulto la cosa es fácil, los golpes van surgiendo, como quien no quiere la cosa. Siempre habrá
algún violento que justifique la paliza generalizada. Porque ¿qué tipo de
actuación andaba haciendo un propio policía infiltrado para poder merecer la
estacacina que le proporcionaban sus propios compañeros? Si no era merecida,
malo. Si era “merecida”, peor. Las fuerzas de represión tienen claras
instrucciones peperas: la calle es de ellos y no andan dispuestos a compartirla
ni a permitir que nadie les replique.
No
se dan cuenta que ni sus dos mil trescientos votos, ni cientos de millones que
hubieran sacado, les van a dar la
razón. No quieren ver que las fechorías en que están
convirtiendo sus acciones de gobierno de cualquier ámbito, no puede dejar a la
gente inalterable. No cabe esperar, que manden a la miseria a una familia
mientras siguen protegiendo a los suyos, a los que más tienen, y la gente les
ría la gracieta. Su
violencia gratuita y pretendidamente desproporcionada sólo acaba por evidenciar
una vez más de quiénes se trata, de su capacidad de respetar y de gobernar.
Pero
les duele porque lo saben: al final, cuando dejan la calle, la gente vuelve, y
se olvida de los trajes azules, los botones dorados, la gomina, las porras y la
violencia estructural que con sus leyes aplican. Amigos y amigas, es de todos y
todas: nos vemos en la calle.
PD:
sí, lo hemos dicho bien, son dos mil trescientos sus votantes. Las cuentas las
hemos aprendido a hacer en la misma escuela que las subdelegaciones de gobierno.
* El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez
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