domingo, 23 de agosto de 2015

¿Y yo qué gano con esto?


Tradicionalmente, ha habido alianzas, tratados, agencias, organismos, asociaciones u organizaciones internacionales, que se han encargado de vincular y articular diferentes países para desarrollar unos intereses comunes a veces de comercio y económicos, a veces geoestratégicos y militares, a veces estrictamente políticos, a veces de ayuda y apoyo a los más necesitados.

Siempre eran los gobiernos de los países quienes ejercían un control con ciertos tintes de democracia sobre todas estas instituciones, que intentaban relativizar o minimizar el impacto de las hegemonías o los más grandes.

Sí, ya sabemos, al final todo es lo mismo: el dinero, la pela, los intereses económicos. Pero lo cierto es que hasta hace un tiempo, muchos organismos servían de colchón para amortiguar dicha realidad. Los problemas se agudizan y mucho cuando los amos del capital (hay quienes buscan eufemismos y términos más snobs para llamar de otro modo a lo que fue y sigue siendo el capital) deciden, ya sin tapujos, empezar a controlar en todos esas supraorganizaciones e incluso en los mismos gobiernos de los países, para, por vía directa o indirecta, marcar la pauta de las actuaciones conjuntas internacionales.

Las alianzas militares no buscan tanto estrategias de defensa, sino actuaciones con fines últimos económicos; las políticas igualmente, y por desgracia las acciones humanitarias, se vienen plegando también a estos espurios intereses.

Los tristes ejemplos los encontramos permanentemente, no hay semana que no hallemos algún caso. En estos días, por ejemplo, estamos viviendo la tragedia de cientos de miles de personas desplazadas por guerras (nunca nos hartaremos de repetir aquella sentencia: Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen). Hay que remontarse a las llamadas grandes guerras para hallar un drama humanitario similar tan cerca de nuestras fronteras o en nuestras propias fronteras. Pues bien, la Unión Europea, esa que tiene por lema oficial  Unida en la diversidad, esa que es capaz de reaccionar en segundos cuando algún euro peligra para los grandes, no es capaz de acordar ni tomar la más mínima decisión para ayudar a todos estos refugiados y refugiadas, víctimas injustas de intereses y políticas injustas. Si pasamos al plano corto, a cómo se comportan los países, España tiene el record de insolidaridad. No solo desatiende a quienes más lo necesitan, sino que trasmiten a la sociedad ideas erróneas. Convendría recordar que a España no llegaron ni un 1% de las solicitudes (menos de 6000) europeas. Mientras, a Alemania llegaron 202.645 solicitudes, a Suecia 81.180, 64.255 hasta Italia, a Francia fueron 62.735 y al Reino Unido más de 31.000. Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, ha declarado recientemente que “la respuesta de la comunidad internacional a los refugiados es un vergonzoso fracaso. Necesitamos una reforma radical de la política y la práctica para crear una estrategia global coherente e integral”. Mientras, las mareas humanas de gente que huye del horror, deben soportar que al llegar a las fronteras puedan ser asistidos mínimamente o bien ser gaseados, apaleados y maltratados. Hoy cierro y pego, mañana abro si interesa… ¿y en la siguiente frontera?

Europa tiene políticas militares y económicas bien definidas, pero las humanitarias y solidarias son inexistentes. A estos ya caducos términos, antes de cualquier acción, siempre surgirá la crematística pregunta ¿Y yo qué gano con esto?





*El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez

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