martes, 12 de noviembre de 2013

EL MUNDO ENTRE COSTURAS



*Colectivo Puente Madera
La mayoría de los medios de información nos recordaron el pasado sábado que un 9 de noviembre de hace 24 años cayó el Muro de Berlín. Bueno, bien; estamos de acuerdo con que aquella construcción representa un episodio lamentable de nuestra infinita historia universal de la infamia, pero, una vez que del engendro solo quedan cascotes, ¿por qué no volver la mirada hacia los innumerables muros que todavía siguen en pie?


            Cada muro constituye un fracaso de la humanidad. El de Berlín se extendía a lo largo de unos 120 kilómetros. El muro que está construyendo Israel para encarcelar a los palestinos de Cisjordania alcanzará los 700 kilómetros, y las ocho líneas de muros y búnkeres que ha levantado Marruecos para defender el territorio ocupado del Sáhara Occidental sobrepasan los 2700 kilómetros. Para muchos palestinos, acudir al trabajo o visitar a un familiar puede ser un infierno. Hay mujeres y niños que mueren en el parto porque no llegan a tiempo a un hospital. Y en los campos de refugiados saharauis, cientos de miles de personas languidecen ante la pasividad o, por qué no decirlo, la traición manifiesta de los gobiernos occidentales. ¿Por qué esos muros, que también son muros de vergüenza, no aparecen en nuestras pantallas o en las hojas de nuestros periódicos? ¿O es que hay muros malos (los comunistas) y muros buenos (los que hacemos nosotros, los capitalistas, para protegernos de los parias de la tierra)?


            Hay muros de cemento, pero hay también muros de arena, muros de agua e incluso muros de concertina, que no son muros musicales, sino alambradas diseñadas para desgarrar la carne de los infelices que intenten superarlas.  En el entorno del Muro de Berlín murieron alrededor de 125 personas a lo largo de 28 años;  el pasado 30 de octubre nos enteramos de que, en tan solo un día, perecieron en el desierto de Níger 87 inmigrantes que aspiraban a llegar a Europa buscando una vida mejor. De ellos, 48 eran niños. Ya lo contaba el joven gambiano Kalilu Jammeh en su estremecedor relato autobiográfico (El viaje de Kalilu): el 90% de las personas que huyen de la pobreza del continente africano sucumben en el desierto, abrasados por el sol o asesinados por bandas de delincuentes. Sí, 125 muertos son demasiados muertos, cómo no, pero al menos existen museos, placas, monolitos… que evocan su memoria y les rinden homenaje. Ahora bien, los más de 20000 muertos que yacen en el fondo del Estrecho de Gibraltar, ¿dónde tienen su museo, su placa o su monolito? Una vez más, los países “civilizados” se limitan a mirar para otra parte.


            El sistema, o sea, el poder, el capitalismo, se construye sobre muros tangibles, como los anteriores, e intangibles, como las injusticias, las desigualdades, los abusos. El paro y la precariedad laboral levantan muros entre los ricos y los pobres. La degradación de la educación pública abre un abismo a los pies de los jóvenes de la clase obrera y convierte los puestos claves de la sociedad en un fortín al que solo acceden los privilegiados. Por todas partes se siguen levantando muros que son como brechas en la piel de la humanidad, como profundas costuras por las que sangra el mundo igual que un animal herido. Y lo peor es que no somos capaces de verlo, entre otras cosas porque el sistema, o sea, el poder, el capitalismo, a lo mejor también ha construido un muro delante de nuestros ojos. 




@CPuenteMaderaAB






* El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez.



Artículo publicado en diarioAB.com, en la sección de opinión "Brotes Rojos"

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