El pasado viernes 26 de septiembre dio una conferencia en la Biblioteca
Pública un monje budista llamado Guen Rigden.
Seguramente, nunca han oído hablar de él, ni lo han visto en Sálvame, ni en
algún otro programa bazofia de la tele, ¿verdad? Pues resulta que al evento
acudieron cientos de personas, tantas que el salón de actos se desbordó y la
inmensa mayoría se quedó fuera. Ya habrían querido los socialistas locales
congregar una multitud así en torno a Pedro
Sánchez sin necesidad de tocar el pito o, más bien, las trompetas de
Jericó.
Bueno, lo cierto es que vivimos en la sociedad de la frustración. Frustración,
porque los paradigmas vigentes (ideológicos, éticos, religiosos…) han dejado de
dar respuestas satisfactorias a nuestros interrogantes; frustración, porque el
sistema económico escamotea un futuro digno a millones
de personas; y también frustración porque la publicidad y la cultura
dominante intentan convencernos continuamente de que la posesión ilimitada de
bienes materiales conduce a la felicidad, y eso no es así. Muy al contrario, la
acumulación de prendas, cacharros, mandos, pantallas… acaba por lo general
embarullando nuestra mente, dispersando nuestra atención y cortocircuitando
nuestra comunicación con los demás. Y es ahí, en ese territorio atormentado de
la vida interior de los individuos, donde el
budismo, que no es exactamente una religión porque no tiene dioses,
proporciona una serie de técnicas eficaces para reducir el flujo de
pensamientos inútiles, eliminar sentimientos tóxicos (principalmente el miedo),
muscular la concentración y, finalmente, paladear el aquí y el ahora, que es lo
que de verdad existe. Mindfulness, deja
de preocuparte y empieza vivir, se titulaba la conferencia de Guen Rigden a
modo de resumen de contenidos.
¿Consiste en eso la felicidad? Pues no sabemos. Desde luego, hay gente
que ha alcanzado cierta “paz interior” en estos o similares entornos, y nos parece
muy bien. Pero en ese “deja de preocuparte” hay algo que no nos termina de
satisfacer del todo. Decía Bakunin que sólo podemos ser libres si el resto de
seres humanos también son libres. Con la felicidad pasa igual. Nos cuesta
trabajo pensar que alguien puede llegar a ser realmente feliz levitando
ensimismado sobre un océano de miserias. El mundo está en manos de
tiburones que no dudan un ápice en reventar el planeta por todas las
costuras y en condenar a media humanidad a la pobreza con tal de enriquecerse. En
nuestro país, la corrupción
carcome nuestras instituciones y la democracia se ha convertido en un
formalismo vacío de contenido al servicio de los poderes financieros, que son
los que realmente mandan. Las desigualdades crecen. La educación pública, disminuida
y masificada, cada vez promueve menos el ascenso social de los más desfavorecidos.
Nuestro sistema sanitario ha dejado en el desamparo a casi un millón de
personas… Ante tal panorama, ¿nos contentamos con concentrarnos en nuestra
respiración e imaginar que proyectamos luz hacia el exterior? ¿Podemos ser
felices despreocupándonos de lo que nos rodea? A nuestro juicio, no. A nuestro
juicio, por el contrario, es precisamente el activismo, la preocupación por los
demás, el compromiso con la verdad y la lucha por la justicia lo único que
puede reconciliarnos con nosotros mismos. Es la coherencia, es decir, la
adecuación entre nuestras ideas y nuestras acciones, lo que nos puede conducir
a ese cierto estado de plenitud que solemos denominar felicidad, antes que
ninguna tecnología de la mente.
* El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique
Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez.
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