Hasta hace cuatro días, estaban
en lo que llamaban “Purgatorio” más sosos que un pingüino bailando claqué. Todo
era pura rutina. Cinco días a la semana de trabajo para redimir pena y poder
dar el salto al ansiado “Paraíso”, dos festivos sin salir de casa, reviviendo
en un plasma comunitario todas las peripecias del pasado, en un programa
cuasi-celestial llamado “Sálvate”
–esto también reducía castigo y acercaba al Supremo-, no era mucho pero por lo
menos descansaban unas horas; y muy poquito más era lo que los “purgados”
vivían semana tras semana. Sosería al cubo.
Todo cambió de la noche a la
mañana. Fue inimaginable. La llegada desde el país de las raíces
vigorosas de dos nuevos inquilinos revolucionó el rutinario Purgatorio.
Emilio Botín e Isidoro
Álvarez llegaron a la tierra de transición con una mano delante y otra
detrás. En un principio, estos magnates de Españistán, pensaban que había algún
error y que ellos debían estar en el cielo junto a la gente
buena. No fue así, pues al parecer unas cosillas de poca
importancia habían enturbiado su magnífico currículo. El cabreo inicial de
Isidoro y de Emilio
se trasformó en un santiamén en oportunidad de riqueza en un territorio virgen de emprendedores, iniciando
una comunidad de bienes más que rentable.
Para empezar a montar todos los
negocios, necesitaban del visto bueno del arcángel jefe purgador y pagar los
cánones correspondientes. ¡Lo mucho que habían dejado abajo y los vacíos que
tenían ahora los bolsillos! Pero los obstáculos fueron eliminados. No se sabe
cómo pero Emilio mandó un mensajito a Suiza y a las Islas Caimán y, en cuestión
de milisegundos a través de un agujero negro, por medio de una gaviota
de alta velocidad, llegó la calderilla necesaria para comenzar con el
emprendimiento. El arcángel jefe untado hizo una transacción redonda, dio todos
los permisos y el ascenso deseado estaba mucho más cerca.
Emilio se dedicó a montar unas
oficinas de crédito (“Santabien”), e Isidoro, gracias a la generosidad de
Botín, levantó otra cadena de grandes almacenes llamada “La Cisura Escocesa”.
Los habitantes del Purgatorio empezaron a pedir
créditos y a firmar preferentes con el fin de tener remanente y poder
consumir en las tiendas de Isidoro, aunque esto les supusiera alargar su tiempo
de redención. El Sr. Álvarez pudo contratar a muchos “purgatoreños” para que
trabajaran con él los
sábados y los domingos, por unos pocos chelines y un platejo de
atascaburras, con lo que el negocio del consumo por el consumo crecía como la
espuma. Se obligaba a los trabajadores a usar bolsos transparentes mientras el
negocio de La Cisura Escocesa se oscurecía cada vez más.
Los dos hombres de bien empezaron
a forrarse. El banquero se frotaba las manos, el capital aumentaba y aumentaba
al mismo ritmo que sus intereses de usura, pues aquí no existía el Banco de
Españistán, ni nada parecido al BCE que pudieran poner coto a tanto lucro. Mientras,
Isidoro rebajaba el escaso salario de sus pluriempleados a cuatro céntimos y
una ensalada verde sin que nadie le rechistara. Aquí no había sindicatos
que le montaran huelgas, ni nada parecido. El consumo a tope y el
neocapitalismo habían repoblado el Purgatorio gracias a estos chicos buenos. El
arcángel jefe fue destinado al cielo y lo sustituyó otro hombre alado que se
parecía muchísimo a un tal Luis
“el cabrón”, que venía al Purgatorio para hacer carrera.
La alegría de Emilio y de Isidoro
era inmensa. Pero en una de sus carcajadas de especulación, despertaron. Todo
era un mal sueño. De repente Botín y Álvarez estaban en una larga cola que
llevaba a un lugar con un cartel rumiento. Iban a recibir su merecido. Se
disponían a entrar en el Infierno, custodiado en la puerta por un
antepasado lejano de Cospedal. Los dos se miraron y tras una pausa pactaron
hacer un triunvirato con Satanás. Descansen en paz y que no vuelvan jamás.
*El Colectivo Puente
Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier
Sánchez
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