Lleva pasando lo mismo desde que tenemos memoria. Cada
vez que la sociedad española genera una expectativa real de cambio, se desatan,
como huracanes, todas las fuerzas oscuras de la derecha política y económica.
Ya ocurrió con la II República. El mismo 14 de abril comenzó la fuga de
capitales y el boicot de los grandes propietarios. “¡Comed
república!”, gritaban los señoritos a los jornaleros, es decir, “comeos
vuestros ideales, porque nosotros preferimos dejar yermas nuestras tierras y veros
muertos de hambre antes que contribuir a la estabilidad del nuevo régimen”. A
la vez, desde los medios conservadores y desde los púlpitos se extendía
machaconamente la idea de que estaba en marcha la revolución comunista. Es
curioso, en las elecciones de noviembre de 1933 el PCE obtuvo tan sólo un
diputado, y en las de 1936 consiguió diecisiete
(¡de 473!) porque formaba parte del Frente Popular. Nunca hubo ningún
comunista en el gobierno y la URSS no tenía ni embajada en España. Cuando el 18
de julio se produce el golpe de estado que conduce a la guerra, el gobierno
estaba formado por pulcros y moderados políticos republicanos que abominaban
del marxismo. Todo aquello de la subversión judeomasónica y comunista no era
más que una burda mentira, pero daba igual: la
justificación ideológica del golpe de estado había sido un éxito. La
República fue derrotada y se instauró una especie de dictadura teocrática
emparentada con los fascismos europeos. Paradójicamente, Franco se presentaba como “el centinela de
Occidente”. Tiene gracia, ¿verdad?, que uno de los dictadores más crueles y
sangrientos de la historia contemporánea se reivindicase defensor de los
valores occidentales, que no son otros que la libertad, la igualdad y la
fraternidad.
Pues bien, salvando las distancias y sin querer
ponernos tremendistas, mucho cuidado porque nos acaba de salir una nueva
centinela de Occidente, esta vez en versión chulapa, por no decir directamente
chulesca. En efecto, desde que Esperanza Aguirre fue derrotada en las urnas no
ha cesado de clamar ante el “peligro” de que Manuela Carmena vaya a utilizar la
alcaldía para “romper
el sistema democrático occidental”. Víctima de sus propios delirios, ha
reclamado a la cabeza de lista de Ahora Madrid que renuncie a “construir
soviets”. Entre tanto, una concejala valenciana del PP ya ha advertido que
pronto empezará la “quema
de iglesias” y “la violación de monjas”. Y desde hace meses, la denominada
caverna mediática viene amedrentando a sus seguidores con todo tipo de plagas
bolivarianas y castristas si es que los partidos turnistas son apeados del
poder. Toda esa espiral de aspavientos histéricos podía tener hasta su punto
cachondo. La condesa consorte daría mucho juego en el club de la comedia, o
haciendo de loca de los gatos en los Simpson, porque proponer en
tres días seguidos tres formas diferentes y antinaturales de gobierno para
el ayuntamiento de Madrid roza el surrealismo o la enajenación mental. Pero no
nos engañemos. La cosa no es para reírse. La historia se repite. Esperanza
Aguirre y su amplio coro de altavoces pueden estar preparando la justificación
ideológica de un golpe de guante blanco.
En Madrid hay montado un tinglado
de intereses económicos más o menos inconfesables que la gente de a pie ni
imaginamos, y no es la primera vez que la voluntad popular se contradice a base
de sobornos. Si ya hubo un
tamayazo, ¿por qué no puede haber otro? La lideresa parece desvivirse por
el sistema democrático occidental, pero forma parte de un partido corrompido
hasta el tuétano, que ha financiado sus campañas electorales con dinero negro y
no ha dudado en recortar las libertades públicas mediante la funesta Ley
Mordaza.
No, no queremos hacer comparaciones fáciles con épocas
pasadas, pero intentemos aprender de nuestra historia. La oligarquía, como
siempre ha hecho, intentará obstaculizar cualquier transformación que merme sus
privilegios. Dispone para ello de sobrados recursos (dinero, poder,
influencias, medios de propaganda...). Por el contrario, nosotros, el pueblo,
la gente corriente, sólo nos tenemos a nosotros mismos. Una vez más podemos
hacer dos cosas: facilitar con nuestras divisiones que los sucesivos
“centinelas de Occidente” se salgan con la suya, o construir
con nuestra unión una verdadera democracia. Una vez más, en nuestras manos
está.
* El
Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías
Rovira y Javier Sánchez.