Hoy es 10 de febrero. Mañana se cumplen 141 años de la
proclamación de la I
República, una efeméride que suele pasar desapercibida. Aquel día la
izquierda, encarnada en los republicanos ya que el movimiento obrero se
encontraba en una fase incipiente, accedió al poder y comenzó a aplicar su
programa transformador: abolición de las odiadas quintas, de la esclavitud, del
trabajo infantil…, creación de un estado federal y laico, devolución a los
municipios de las fincas usurpadas por la desamortización, fomento de la
educación pública, reconocimiento de derechos y libertades plenas… Hombre, para
una España todavía semifeudal aquello no estaba mal, pero pronto los
mismos republicanos, divididos entre las más diversas e insólitas tribus,
empezaron a tirarse los trastos a la cabeza y todo se fue a tomar viento.
Cuentan que en un consejo de ministros el presidente Estanislao Figueras se
levantó, pegó un puñetazo en la mesa y exclamó: “¡Estoy
hasta los cojones de todos nosotros!”, tras lo cual salió dando un portazo
y ya no volvió a aparecer. Los republicanos pudieron, pero al final la jodieron
con su división y sus enfrentamientos para mayor regocijo de militares
golpistas, caciques desalmados y curas fanáticos. Al
final, volvió la derecha e hizo lo que siempre suele hacer: crear un
sistema político basado en la corrupción electoral y en el turno de dos
partidos que se parecían como dos gotas de agua.
El 14
de abril de 1931 la izquierda tuvo una nueva oportunidad. En solo dos años se
construyeron más escuelas que en los treinta anteriores, comenzó la reforma
agraria, Cataluña obtuvo la autonomía, las mujeres alcanzaron plenos derechos
políticos, la iglesia perdió sus privilegios… pero en las elecciones
de noviembre de 1933 se rompió la coalición republicano-socialista y se
fastidió el invento. Y volvió, tan contenta ella, la derecha, e hizo lo que
siempre suele hacer: perdonó a militares golpistas, con Sanjurjo a la cabeza, fortaleció
el caciquismo frenando la reforma agraria y paralizó la construcción de
escuelas públicas para que un puñado de curas fanáticos siguiese haciendo
negocio. Lo peor de todo fue que muchos empezaron a pensar que para ese viaje
no hacían falta alforjas, es decir, repúblicas. Aunque no, mejor pensado, lo
peor estaba por venir. Lo peor fue la sublevación de “las espadas, las tierras
y las cruces” que comenzó el 18
de julio de 1936 y acabó con la vida de medio millón de españoles, el
exilio de otros tantos y el establecimiento de una de las dictaduras más
sanguinarias del siglo XX. Quizá las izquierdas pudieron defender eficazmente
la república, pero posiblemente la jodieron discutiendo si había
que ganar antes la guerra o hacer antes la revolución y liándose a tiros
por las calles mientras el enemigo avanzaba inexorable. Paradójicamente, los
mismos que se habían enfrentado en la defensa de su pureza ideológica
compartieron luego paredón ante el pelotón de fusilamiento. Pero entonces ya
era demasiado tarde.
Y de
toda esa historia, ¿qué hemos aprendido? ¿Cómo les explicaremos a nuestros
hijos que, mientras
los de siempre hacían lo de siempre (convertir la democracia en un teatro, imponer
su moral religiosa, cargarse lo público, enriquecer a los ricos y empobrecer a
los pobres), nosotros nos disgregábamos alegremente en una floresta de organizaciones
cuya simple enumeración duplicaría la extensión de este artículo? ¿Seremos
capaces de sumar fuerzas o persistiremos en contribuir a la victoria de las
derechas con nuestra división? En fin, las oportunidades se acaban: ¿podremos?,
¿o volveremos a joderla, quizá esta vez definitivamente?
* El Colectivo Puente Madera está formado
por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez.
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