*Colectivo Puente
Madera
La mayoría de los medios de
información nos recordaron el pasado sábado que un 9 de noviembre de hace 24
años cayó el Muro de
Berlín. Bueno, bien; estamos de acuerdo con que aquella construcción
representa un episodio lamentable de nuestra infinita historia universal de la
infamia, pero, una vez que del engendro solo quedan cascotes, ¿por qué no volver
la mirada hacia los innumerables muros que todavía siguen en pie?
Cada
muro constituye un fracaso de la humanidad. El de Berlín se extendía a
lo largo de unos 120 kilómetros. El muro que está construyendo Israel para
encarcelar a los palestinos de Cisjordania alcanzará los 700
kilómetros, y las ocho líneas de muros y búnkeres que ha levantado
Marruecos para defender el territorio ocupado del Sáhara Occidental sobrepasan
los 2700
kilómetros. Para muchos palestinos, acudir al trabajo o visitar a un
familiar puede ser un infierno. Hay mujeres y niños que mueren en el parto porque
no llegan a tiempo a un hospital. Y en los campos de refugiados saharauis,
cientos de miles de personas languidecen ante la pasividad o, por qué no
decirlo, la traición manifiesta de los gobiernos occidentales. ¿Por qué esos
muros, que también son muros de vergüenza, no aparecen en nuestras pantallas o
en las hojas de nuestros periódicos? ¿O es que hay muros malos (los comunistas)
y muros buenos (los que hacemos nosotros, los capitalistas, para protegernos de
los parias de la tierra)?
Hay
muros de cemento, pero hay también muros de arena, muros de agua e incluso muros
de concertina, que no son muros musicales, sino alambradas diseñadas para
desgarrar la carne de los infelices que intenten superarlas. En el entorno del Muro de Berlín murieron
alrededor de 125
personas a lo largo de 28 años; el
pasado 30 de octubre nos enteramos de que, en tan solo un día, perecieron en el
desierto de Níger 87 inmigrantes que aspiraban a llegar a Europa buscando una
vida mejor. De ellos, 48 eran niños. Ya lo contaba el joven gambiano Kalilu
Jammeh en su estremecedor relato autobiográfico (El
viaje de Kalilu): el 90% de las personas que huyen de la pobreza del
continente africano sucumben en el desierto, abrasados por el sol o asesinados
por bandas de delincuentes. Sí, 125 muertos son demasiados muertos, cómo no, pero
al menos existen museos, placas, monolitos… que evocan su memoria y les rinden
homenaje. Ahora bien, los más de 20000
muertos que yacen en el fondo del Estrecho de Gibraltar, ¿dónde tienen su
museo, su placa o su monolito? Una vez más, los países “civilizados” se limitan
a mirar para otra parte.
El
sistema, o sea, el poder, el capitalismo, se construye sobre muros tangibles,
como los anteriores, e intangibles, como las injusticias, las desigualdades,
los abusos. El paro y la precariedad
laboral levantan muros entre los ricos y los pobres. La degradación
de la educación pública abre un abismo a los pies de los jóvenes de la
clase obrera y convierte los puestos claves de la sociedad en un fortín al que
solo acceden los privilegiados.
Por todas partes se siguen levantando muros que son como brechas en la piel de
la humanidad, como profundas costuras por las que sangra el mundo igual que un
animal herido. Y lo peor es que no somos capaces de verlo, entre otras cosas
porque el sistema, o sea, el poder, el capitalismo, a lo mejor también ha
construido un muro delante de nuestros ojos.
@CPuenteMaderaAB
* El Colectivo Puente Madera está formado por Enrique
Cerro, Esteban Ortiz, Elías Rovira y Javier Sánchez.
Artículo publicado en diarioAB.com, en la sección de opinión "Brotes Rojos"
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