Tradicionalmente, ha habido alianzas,
tratados, agencias, organismos, asociaciones u organizaciones internacionales,
que se han encargado de vincular y articular diferentes países para desarrollar unos intereses comunes a
veces de comercio y económicos, a veces geoestratégicos y militares, a veces
estrictamente políticos, a veces de ayuda y apoyo a los más necesitados.
Siempre eran los gobiernos de los
países quienes ejercían un control con ciertos tintes de democracia sobre todas
estas instituciones, que intentaban relativizar o minimizar el impacto de las
hegemonías o los más grandes.
Sí, ya sabemos, al final todo es
lo mismo: el dinero, la pela, los intereses económicos. Pero lo cierto es que
hasta hace un tiempo, muchos organismos servían de colchón para amortiguar
dicha realidad. Los problemas se agudizan y mucho cuando los amos del capital
(hay quienes buscan eufemismos y términos más snobs para llamar de otro modo a lo
que fue y sigue siendo el capital) deciden, ya sin tapujos, empezar a controlar
en todos esas supraorganizaciones e incluso en los mismos gobiernos de los
países, para, por vía directa o indirecta, marcar la pauta de las
actuaciones conjuntas internacionales.
Las alianzas militares no buscan
tanto estrategias de defensa, sino actuaciones con fines últimos económicos;
las políticas igualmente, y por desgracia las acciones humanitarias, se vienen
plegando también a estos espurios
intereses.
Los tristes ejemplos los
encontramos permanentemente, no hay semana que no hallemos algún caso. En estos
días, por ejemplo, estamos viviendo la tragedia de cientos de miles de personas
desplazadas por guerras (nunca nos hartaremos de repetir aquella sentencia: Malditas
sean las guerras y los canallas que las hacen). Hay que remontarse a las llamadas
grandes guerras para hallar un drama humanitario similar tan cerca de nuestras
fronteras o en nuestras propias fronteras. Pues bien, la Unión Europea, esa que
tiene por lema oficial Unida
en la diversidad, esa que es capaz de reaccionar en segundos cuando algún
euro peligra para los grandes, no es capaz de acordar ni tomar la más mínima
decisión para ayudar a todos estos refugiados y refugiadas, víctimas injustas
de intereses y políticas injustas. Si pasamos al plano corto, a cómo se
comportan los países, España
tiene el record de insolidaridad. No solo desatiende a quienes más lo
necesitan, sino que trasmiten a la sociedad ideas erróneas. Convendría recordar
que a España no llegaron ni un 1% de las solicitudes (menos de 6000) europeas.
Mientras, a Alemania llegaron 202.645 solicitudes, a Suecia 81.180, 64.255
hasta Italia, a Francia fueron 62.735 y al Reino Unido más de 31.000. Salil Shetty, secretario
general de Amnistía
Internacional, ha declarado recientemente que “la respuesta de la comunidad
internacional a los refugiados es un vergonzoso fracaso. Necesitamos una
reforma radical de la política y la práctica para crear una estrategia global
coherente e integral”. Mientras, las mareas humanas de gente que huye del
horror, deben soportar que al llegar a las fronteras puedan ser asistidos
mínimamente o bien ser gaseados,
apaleados y maltratados. Hoy cierro y pego, mañana abro si interesa… ¿y en
la siguiente frontera?
Europa tiene políticas militares
y económicas bien definidas, pero las humanitarias
y solidarias son inexistentes. A estos ya caducos términos, antes de
cualquier acción, siempre surgirá la crematística pregunta ¿Y yo qué gano con
esto?
*El Colectivo Puente Madera está formado por
Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías
Rovira y Javier Sánchez
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