Tras un momento de vacilación Pablo pulsó el timbre mientras Íñigo se alisaba la pechera de la blanca camisa. Sonaron unas campanitas como las de la catedral de Toledo y don José abrió la puerta sonriendo de oreja a oreja.
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Pasen, pasen, están ugtedes en su casa. Eg que estaba en la cocina.
Entraron
y el líder manchego los condujo al salón en el que esperaba el otro gran líder,
José Luis. Hubo un cruce de apretones de manos y, tras unos comentarios vacuos
sobre el tiempo, pasaron
al comedor.
En
ese momento entró Emiliano, que venía de la cocina con el mandil todavía puesto.
Saludó a todos, encantado de formar parte de esa histórica coincidencia
planetaria, y comenzó la velada. Pablo e Íñigo iban a sentarse a la izquierda,
para mantener distancia
con la casta, pero tras un titubeo todos
pensaron que era mejor sentarse revueltos, ocupando izquierda, centro y derecha.
Así estaban más anchos.
La
cena discurría plácidamente. A indicaciones de don José, Emiliano iba sirviendo
los platos. “Que no se te olvide traer ese vino tan bueno, ese que tiene tanta
cagta”, apuntó don José a su camarero. La conversación fluía entre bromas y
veras. José Luis contaba cómo había aprendido de un tahúr a cambiar
cartas magnas en una noche. Don José bromeaba sobre cómo creó en su región
el partido Novaizquierda
para hundir a Izquierdanida, y se ofreció a Pablo e Íñigo como consejero
para componendas similares, algo que el de la luenga trenza rechazó porque, según
dijo enigmáticamente, “en esa región ya tenía agentes expertos en esas lides”. Emiliano,
sin poder meter la cuchara en aquella conversación de líderes interplanetarios,
logró comentar infantilmente cuánto le gustaba pasearse
con el arzobispo en el Corpus Christi de Toledo.
Pablo
e Íñigo sonreían, pero hablaban poco. Estaban preocupados. Bajo la mesa
manejaban sus móviles como adolescentes de instituto, porque acababan de leer
un críptico mensaje de una persona de su partido: “todo con el triángulo, nada
con la casta”. Se dieron cuenta entonces de que, por un tonto cortocircuito
cerebral en el occipital donde residía su conciencia participativa, se les
había olvidado someter a cibernético referéndum la idea de aquella cena con
tanta casta. La que se iba a liar en el purista ciberespacio revolucionario…
Ajenos
a estas preocupaciones, los líderes de la socialdemocracia pensaban sobre
grandes asuntos de estado. Don José suspiraba “qué coleta, quién fuera joven”…
y se rascaba el cogote; José Luís fijaba sus ojitos de macho zeta de en los del
macho beta, intentando desentrañar el origen de su magnético atractivo… “¿será
capaz él también, como yo, de comprender
cómo funciona la economía mundial en cinco minutos?”; Emiliano, más
terrenal, pensaba en la que se iba a liar en la sede de Perraz cuando se supiera
lo de la cena.
Los
vapores de aquel vino con casta fueron subiendo a las cabecitas de los líderes,
y la supuesta socialdemocracia y la supuesta extrema izquierda coincidieron
en el fin
de las ideas absurdas de izquierda y derecha y en la extinción de la lucha
de clases. Brindaron por ello riendo, una y diez veces, y hubo hasta quien se
marcó un zapateado. A los postres, cuando ya la fiesta decaía, a una señal de
don José, Emiliano sacó su aipad e hizo un selfish en el que se les veía a
todos sonrientes y con las copas en alto, y rápidamente lo envió a su grupo de guasap
de Perraz, con una dedicatoria especial para su jefe: “Pedro,
muchos recuerdos de tus compañeros de partido”. Se partieron todos de risa,
y los últimos vestigios de casta que pudieran haberlos separado desaparecieron
para siempre…
*El
Colectivo Puente Madera está formado por Enrique Cerro, Esteban Ortiz, Elías
Rovira y Javier Sánchez